domingo, 3 de marzo de 2024

Sobre que Savater ha perdido el norte...

Adiós a Savater

Podemos cambiar muchas veces y sentir que cada cambio está justificado. Pero una inteligencia sin pensamiento acaba devorada por la vejez y el narcisismo


Fernando Savater, en 2016. ... SAMUEL SÁNCHEZ




Siempre hemos estado desajustados Fernando Savater y yo. Hoy, cuando es difícil prestarle atención sin un poco de sonrojo, reconozco lo que hace tres décadas le negaba: que ha sido uno de los mejores ensayistas que ha tenido este país en los últimos cuarenta años. Era fino, brillante, prismático, culto, irreverente, divertido: un robusto chestertoniano al que le gustaban los desayunos ingleses y las carreras de caballos, más bien libertario al principio, insobornablemente socialdemócrata después. Yo era serio y recto: es decir, simple. En 1985 y 1988, publiqué con Carlos Fernández Liria dos panfletos marxistas: Dejar de pensar y Volver a pensar. En la portada de este último, mediante un fotomontaje, habíamos hecho sentar a Savater en el regazo de una virgen románica sosteniendo una rosa en la mano, en una clara alusión a su militancia socialista de entonces. Su respuesta no fue furibunda y ofendida. Al contrario. En un artículo en EL PAÍS se burló de nosotros del modo más implacable, displicente y mordaz. Todavía hoy me río. “Santiago Alba Rico y Carlos Fernández Liria”, escribió, “son como los pastorcillos de Belén: piensan y piensan y vuelven a pensar”. Poco tiempo después, la revista La luna planteó un debate entre los tres. La paliza que nos propinó fue homérica. ¿Cuál era la diferencia? No solo que sostenía posturas políticas más sensatas que las nuestras: es que era más inteligente, más sabio y más gracioso que nosotros.


Cuando uno es joven piensa a menudo en lo que querría ser de mayor; luego, cuando se es mayor se piensa, hacia atrás, en lo que a uno le hubiese gustado ser de joven. Nunca quise ser Fernando Savater en una época en la que yo tenía veinticinco años y Savater, con cuarenta, era políticamente sensato e intelectualmente fulgurante; ahora que tengo sesenta y tres, querría haber sido un poco más listo en mi juventud. Creo que el que soy ahora hubiera coincidido en muchas cosas (salvo en la cercanía al PSOE de Felipe González) con el Savater de hace treinta años. Pero ya no podremos encontrarnos. Yo he cambiado para acercarme un poco —con menos talento e ingenio— a lo que él fue cuando escribía La tarea del héroeLa infancia recuperada o Ética para AmadorÉl ha cambiado para parecerse a Isabel Díaz Ayuso y Giorgia Meloni. Alguien podrá decir que estos desplazamientos solo tienen valor geológico y que se limitan a anticiparme una deriva semejante: que estoy condenado, en fin, a acabar como ha acabado él. No descarto nada. No descarto ser un fanático dentro de quince años. Pero la cuestión es otra. La cuestión es saber cuándo se tiene razón; cuál de los dos Savater tenía razón. Sin duda era más listo, más simpático, más brillante, más ingenioso ese ya fenecido que escribía en EL PAÍS contra las locuras de los serios y los rectos. Pero ocurre que ese era también mucho más razonable. Podemos cambiar muchas veces a lo largo de nuestras vidas y sentir, desde el interior de nuestros cuerpos, que cada uno de esos cambios está justificado; podemos incluso justificarlos todos de manera autoevidente y más o menos convincente: cuando flaquea el pensamiento, se mantiene a veces intacta la inteligencia, esa facultad peligrosa que sirve sobre todo para convencerse a uno mismo de que la propia vida y la propia evolución, de las que somos escasamente dueños, tienen siempre un carácter premeditado y ejemplar. Ahora bien, una inteligencia sin pensamiento acaba devorada por la vejez y el narcisismo: se vuelve seria y recta: acaba, por así decirlo, perdiendo la razón.


La razón algunos la encuentran temprano y la conservan hasta la muerte: pensemos, no sé, en el genial e irritante Goethe, que fue siempre listo y sabio entre 1749 y 1832. Otros pasan por el mundo sin rozarla siquiera. Y otros muchos tropiezan con ella en algún momento de su vida y no saben conservarla. Tan difícil es hallarla como retenerla. No descarto nada, he dicho. No descarto convertirme en un fanático dentro de quince años. Pero es ahora cuando, al menos a ratos, tengo razón; y era hace treinta años cuando Fernando Savater, muchas veces, la tenía. Los cambios solo nos cambian a nosotros y por eso, por si acaso, me arrepiento ahora, sin esperar más, del viejo que seré. Despidamos a Savater con ternura y melancolía. Nos puede pasar a todos. Lo importante es que en el mundo siga habiendo un número aproximadamente estable de gente razonable, aunque nosotros todavía no lo seamos o hayamos dejado ya de serlo; lo importante es que haya más gente razonable cada día y no menos y que una mayoría razonable frene democráticamente a los que no lo son y se ocupe de gestionar los periódicos, los Presupuestos del Estado, los ejércitos y las instituciones. Digamos la verdad: no vamos por ese camino. La derrota de Savater resulta descorazonadora. Si Savater ha perdido el norte, ¿cómo no la van a perder Milei, Trump, Ayuso, Le Pen, Meloni, Netanyahu, y todos sus millones de votantes?


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Santiago Alba Rico es escritor y filósofo.



Sobre la inmortalidad clínica y la estoica...

Cómo ser inmortal

Los filósofos de la escuela estoica o cínica ya nos dejaron la fórmula de una eternidad de andar por casa sin pasar por el quirófano. No pensaban nunca en el futuro


Estatua del emperador Marco Aurelio en la gliptoteca Ny Carlsberg de Copenhague. ... GETTY




La inmortalidad está ya al alcance de cualquiera. No se trata de los avances de la ciencia médica que van a permitir renovar los órganos y tejidos del cuerpo como en un taller de automóviles. Dentro de poco uno podrá guardar en el frigorífico varios corazones, hígados, estómagos y páncreas de repuesto envueltos en papel albal para cuando se necesite sustituirlos por los viejos ya gastados. En realidad, uno podrá tener una réplica entera de su cuerpo de 35 años, incluido el cerebro con todos los secretos de la memoria guardado en un almacén gracias a la inteligencia artificial. Morir o seguir en este mundo será un juego a capricho del usuario. Si te aburres, te largas, eso es todo. Solo que los dictadores podrán perpetuarse indefinidamente en el poder y los idiotas seguirán haciendo el ganso, los ladrones robando, los asesinos matando, los creyentes rezando, los poetas soñando, los actores bailando, los niños llorando, los políticos mintiendo. Esta inmortalidad clínica será sumamente grosera y, dado que el mundo seguirá sin tener sentido, los sabios se irán por voluntad propia al más allá a bordo de la barca de Caronte, en una travesía nocturna en la que no hay ningún faro. Poco importa, porque los filósofos de la escuela estoica o cínica ya nos dejaron la fórmula para ser inmortales de andar por casa sin necesidad de pasar por el quirófano. Su experimento era muy sencillo. No pensaban nunca en el futuro. Sabían que el tiempo solo era un horizonte que podían adaptar a sus sueños. Dividían el tiempo en días, horas, minutos y segundos. A la hora de vivir con plenitud solo le daban importancia en esos últimos segundos que fluyen alrededor de los sentidos y a través de ellos descendían a esa profundidad donde ya no existe ni un antes ni un después, sino el nudo de todos los placeres que a su vez les permitía ser puros, felices e incontaminados. Por lo demás, creían, como Marco Aurelio, que la vida solo era una opinión. Mientras estés vivo serás inmortal.


lunes, 26 de febrero de 2024

...Mientras estés vivo serás inmortal...

Cómo ser inmortal

Los filósofos de la escuela estoica o cínica ya nos dejaron la fórmula de una eternidad de andar por casa sin pasar por el quirófano. No pensaban nunca en el futuro



Estatua del emperador Marco Aurelio en la gliptoteca Ny Carlsberg de Copenhague. ... GETTY





La inmortalidad está ya al alcance de cualquiera. No se trata de los avances de la ciencia médica que van a permitir renovar los órganos y tejidos del cuerpo como en un taller de automóviles. Dentro de poco uno podrá guardar en el frigorífico varios corazones, hígados, estómagos y páncreas de repuesto envueltos en papel albal para cuando se necesite sustituirlos por los viejos ya gastados. En realidad, uno podrá tener una réplica entera de su cuerpo de 35 años, incluido el cerebro con todos los secretos de la memoria guardado en un almacén gracias a la inteligencia artificial. Morir o seguir en este mundo será un juego a capricho del usuario. Si te aburres, te largas, eso es todo. Solo que los dictadores podrán perpetuarse indefinidamente en el poder y los idiotas seguirán haciendo el ganso, los ladrones robando, los asesinos matando, los creyentes rezando, los poetas soñando, los actores bailando, los niños llorando, los políticos mintiendo. Esta inmortalidad clínica será sumamente grosera y, dado que el mundo seguirá sin tener sentido, los sabios se irán por voluntad propia al más allá a bordo de la barca de Caronte, en una travesía nocturna en la que no hay ningún faro. Poco importa, porque los filósofos de la escuela estoica o cínica ya nos dejaron la fórmula para ser inmortales de andar por casa sin necesidad de pasar por el quirófano. Su experimento era muy sencillo. No pensaban nunca en el futuro. Sabían que el tiempo solo era un horizonte que podían adaptar a sus sueños. Dividían el tiempo en días, horas, minutos y segundos. A la hora de vivir con plenitud solo le daban importancia en esos últimos segundos que fluyen alrededor de los sentidos y a través de ellos descendían a esa profundidad donde ya no existe ni un antes ni un después, sino el nudo de todos los placeres que a su vez les permitía ser puros, felices e incontaminados. Por lo demás, creían, como Marco Aurelio, que la vida solo era una opinión. Mientras estés vivo serás inmortal.



domingo, 18 de febrero de 2024

De “invasión femenina” y de “terror feminista” ...

Terror feminista

Envejecer en un oficio creyéndose imprescindible es humano. Pero se puede hacer con elegancia o llorando por las esquinas con que todos desafinan menos tú, y deplorando la alta cantidad y la baja calidad de tus colegas mujeres


Manifestación feminista del pasado 8-M en Madrid. ... CLAUDIO ÁLVAREZ





Envejecer en un oficio en el que para brillar se precisa de la aceptación del público no es sencillo. Lo sé porque lo vivo. Creerte, con razón o sin ella, en plenas facultades, y ver cómo te pisan los callos y te comen el terreno jóvenes promesas que criaste a tus pechos, e incluso otras que vinieron de fuera y podrían ser tus nietos, mientras constatas que ni tu energía ni tu influencia son las que eran, no es plato de gusto. Es humano revolverse. Pensar que tú eres distinto. Único, singular, imprescindible. Que hiciste y haces las cosas antes y mejor que esos advenedizos que no te llegan ni a las suelas. Puede, incluso, que sea cierto. Da igual. Toca asumirlo, seguir haciéndolo lo mejor que sepas y vivir con el hecho de que hay otras voces, incluso otras primas donnas, en el coro que antes dominabas. Se puede hacer con elegancia, afinando tu instrumento en la discrepancia. O cogiéndote una pataleta y llorando por las esquinas con que todos desafinan menos tú, y lo que pasa es que el jefe te tiene manía. Obsérvese que no hablo de hombres ni mujeres, sino de vacas sagradas del oficio, independientemente de su sexo. Pero, visto lo visto y oído lo oído, parece que a ciertos toros bravos les escuece el doble si quienes constriñen su hegemonía en la dehesa son hembras.


Según la última encuesta del CIS, el 44% de los hombres cree que los avances feministas han llegado demasiado lejos y ahora los discriminados son ellos. Me sorprendió lo justo. En la última semana, Fernando Savater y Félix de Azúa, veteranos e ilustrísimos columnistas de este diario, han causado baja y han deplorado en otras cabeceras la alta cantidad y la baja calidad de las señoras periodistas de esta casa. Hablan de mediocre “invasión femenina” y de “terror feminista” en una Redacción que hace lustros que no pisan. Están en su derecho. Lo de la mediocridad va en gustos, y quizá prefieran a colegas que no les molesten, que les rían las gracias, que protesten, pero bajito. Con su puntito feminista y canalla, vale, pero dentro de un orden, y, sobre todo, sin tocarles a ellos sus atributos ni rebatirles sus tribunas. Lo del terror puedo entenderlo. El mundo ya no es ni será como era, y algunos, o no se han enterado, o, peor aún, para quien aspira a interpretarlo, no quieren enterarse. Qué pena.