viernes, 5 de abril de 2024

Fabulación ambientada en un cementerio...

 

El supuesto ladrón

Fui al cementerio a visitar a un ser querido y descubrí a un hombre robando las flores frescas de una tumba para colocarlas sobre otra



Dos mujeres conversan mientras se dirigen a dejar flores en la tumba de algún ser querido en el cementerio de Toledo.
ÁNGELES VISDÓMINE (EFE)




Fui al cementerio a visitar a un ser querido y descubrí a un hombre robando las flores frescas de una tumba para colocarlas sobre otra. Dudé si llamarle la atención, pero finalmente decidí no meterme en líos. Cuando el tipo desapareció, me acerqué, por curiosidad, para ver a quién pertenecía la tumba expoliada y a quién la beneficiada. La expoliada resultó ser de una niña de seis años fallecida unos meses antes, y la beneficiada de una septuagenaria muerta prácticamente por las mismas fechas. Sin pensármelo dos veces, tomé las flores y las restituí a su tumba pesando que la niña, desde el más allá, me lo agradecería de algún modo.


Al salir del cementerio sentí pena por la señora mayor, de modo que compré un ramo en un puesto que descubrí a la entrada y volví para colocarlo sobre su tumba. En esto, apareció de nuevo el ladrón y me preguntó qué hacía poniendo flores sobre la tumba de su madre. Como no supe qué decir, levanté los hombros en un gesto ambiguo que ni yo mismo supe qué significaba. El hombre permaneció en silencio unos instantes y enseguida me preguntó si yo había sido el amante secreto de su madre. Asentí, con la cabeza, levemente, en la idea de que de ese modo me quitaría el muerto de encima, pero el hombre soltó una lágrima y me abrazó al tiempo de asegurarme que la había hecho muy feliz en sus últimos años.


―Todos sabíamos que tenía un novio, pero nunca quiso presentárnoslo.

Permanecimos un rato hablando de las virtudes de la fallecida y luego nos despedimos con mucha emoción. Le di un número de teléfono falso por si él o sus hermanos deseaban que nos viéramos. Llegué a casa confundido, pues la idea de ser viudo de una amante se había instalado en mi cabeza de un modo poderosísimo. Podía evocar su rostro y su figura y hasta recordé algunas de las tardes clandestinas que habíamos pasado juntos. Ahora lamento no haberle dado al hijo mi teléfono verdadero, para conocernos más a fondo.


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