Christopher Hitchens (Portsmouth, Reino Unido, 1949-Houston, EE UU, 2011), en 2007. /
MARK MAHANEY / CORDON PRESS
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La primera vez que tuve noticia del ensayista Christopher Hitchens fue en la deslumbrante autobiografía de Martin Amis Experiencia. Pero, mea culpa, no había leído sus libros ni sus artículos al sumergirme con permanente hipnosis en sus memorias, tituladas Hitch- 22 y publicadas un año antes de su muerte. O sea, empiezo mi conocimiento por el final, cuando este magistral estilita y veraz ser humano decide que le han ocurrido las suficientes cosas en la existencia como para hacer definitivo repaso de ellas. Y lo que cuenta, pero sobre todo, cómo lo cuenta, revela un cerebro, un corazón, una valentía, una capacidad para escapar del cómodo autoengaño y del dogma, una sutileza descriptiva, una mordacidad, una cultura y una autenticidad que están más allá del elogio, que enamoran
Militante en sucesivas causas perdidas, amigo hasta las últimas consecuencias de sus amigos (la cantidad de talento que se concentra en ellos es abrumadora, hablo de Martin Amis, Ian McEwan, Edward Said, Susan Sontag, James Fenton, Salman Rushdie, gente así), trotamundos vocacional en peligrosas geografías del planeta, polemista con argumentos, desertor de rebaños y de convenciones, todo en su escritura y en su actitud vital revela a un hombre tan inteligente como honesto. Lees sin prisas y sin pausas estas memorias, admirando su brillantez narrativa, haciéndote pensar, dudar y sentir. Capítulos como los dedicados a la evocación de su suicida madre y a su educación infantil y adolescente son inolvidables. Mi descubrimiento de Hitchens ha sido tardío, pero mejor tarde que nunca. Me esperan sus libros Dios no es bueno y Dios no existe. Aunque yo no fuera agnóstico, seguro que acababa dándole la razón. O replanteándome mi fe. Es así de persuasivo y seductor.
Hitch-22. Christopher Hitchens. Traducción de Daniel Rodríguez Gascón. Debate. Barcelona, 2011. 29,90 euros (electrónico: 17,90). Dios no es bueno y Dios no existe (Debate y Debolsillo).Carlos Boyero
EL PAÍS-Sábado,17 MAR 2012-
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